Fue la primera palabra:
Kalinijta, mi locura.
Las aprendía contigo,
poco a poco y una a una,
con la ilusión de los niños

y el valor de que eran tuyas.
“S’agapo” puso en mis ojos
un río que arrastró dudas
dejándolos tan brillantes
que aún hoy tu imagen perdura.
Y en la cresta de esa ola
que nos llevó entre su espuma
tu “cardio” me fue ganando
-de testigo está la luna-
los deseos de vivir
sin tu voz y tu ternura.
Se acabaron las lecciones.
La voz griega quedó muda.
Pero no puedo evitar
que en esta noche de bruma
la flecha de Eros me duela
viendo tus manos desnudas
y un “s’agapo agapi mu”
de mi cicatriz supura.
Febrero 2010