En la niebla del silencio se desdibuja la herida que no consigo cerrar ni de noche ni de día. Por ella se me derrama el pulso y, en mi agonía, no pienso que estoy perdido sino en si tú estás perdida.
Hasta que caigo en la cuenta que en mis ojos las pupilas se cegaron por no ver como las tuyas se me iban.
Alargo la mano y busco - tropezando - una salida, sin encontrar ya tu voz ni tu piel ni tu sonrisa.
Este otoño traicionero que en silencio nos invita a escuchar hojas cayendo, la lluvia y, entre sus días, algún recuerdo tenaz como la nieve en la umbría. Esta estación pertinaz, odiada y enaltecida, amante de los amantes, romántica melodía, llave de abrir corazones en tardes que no se olvidan.
Largas noches con sus lunas. Dedos que su dolor gritan sobre un inerte teclado, porque su piel, ahora fría, añora los rubios rizos que otros otoños traían.