Me quema la piel que habito como un sudario de hielo, mortaja por ti tejida con las agujas del tiempo. Me aprisiona mi existencia, sarcófago traicionero, donde grabaste a cincel nuestros mejores momentos.
Aparentemente vivo, cuando por dentro estoy muerto, llega la luz a mis ojos que no devuelven reflejo.
Pero me llegan noticias desde donde estás, tan lejos. Dicen que ríes como antes, que el mar aún riza tu pelo.
Y aunque el infierno me llama, como una amante en secreto, se me avivan las cenizas de este mundo al que me aferro.
Hoy quisiera ser poeta de los que tienen talento, de los que tienen palabras para cualquier sentimiento.
Quisiera expresar con letras lo que ahora me araña el pecho. Ya no esperarás paciente tras la puerta mi regreso. Ya no buscarás mi abrigo cuando resuenen los truenos.
No podré pagarte nunca tanto y tanto ronroneo, tantas miradas de amiga en mis peores momentos.
Ni podrá borrarme el llanto ese instante traicionero que cruzó nuestras miradas para ver tu último aliento.
Donde quiera que ahora estés, si los gatos tenéis cielo, o si solamente quedas en mi mundo de recuerdos, quiero contarte esta noche a escondidas un secreto:
Si ya tenías en tus ojos mi corazón prisionero, me arrancaste un trozo de alma con tu maullido postrero.
En la bruma de un café se evaporó ese cariño que juraste, en tierra griega, sería para siempre mío. Yo me guardé aquel aroma - ya para mí amargo y frío - y aunque no te he vuelto a ver lo conservo en mis bolsillos.
He luchado por vivir sin tus ojos y su brillo - hasta casi destruirme - sin llegar a conseguirlo.
Vuelvo a este mar y su arrullo con el alma en cabestrillo para remendar mis penas con los recuerdos dormidos.
Es mi historia y esta ahí por más que intente eludirlo.
Será como en el bolero: Dios te puso en mi camino, fue mi religión quererte y tu ausencia es su castigo.