La tierra castiga Helios y el aire que aspiro quema. Cierro mis ojos sintiendo que soy parte de la escena. La reina sacerdotisa, con su rizada melena y sus pechos sonrosados, inicia el rito en la arena. Sobre las astas del toro, corriendo como gacela, volando como paloma; diosa de la primavera.
Y en el crepúsculo heleno, preso del recuerdo de ella, se cumple la tradición -la más ancestral en Creta- ¡otro rey debe morir! y nadie sentirá pena..
Nunca el azul fue tan puro ni el blanco mas elegante. La cubierta está desierta y apenas hay oleaje. Siento que por cada poro comienza Grecia a inundarme.
Frente a la proa del barco el sol comienza a asomarse regalándole a las aguas una senda deslumbrante.
Atrás va quedando Atenas y algún sueño que enterraste. En mi pupila la línea de un horizonte radiante.
Ocultos entre mis dedos: aquel dedal que compraste y, gastada por mis labios, aquella luna brillante. Con el óbolo en la boca – no hay Caronte sin peaje – mi sentimiento navega hacia el final de su viaje.
Me despido de tus calles con su desorden que atrapa, de su bullicio latino que echa raíz en el alma, de tu acrópolis que ahora brilla frente a mi mirada.
Me has entregado la tierra que a los persas les negaras, dejando, cada día más, de azul mis venas pintadas.
Podría estar triste y sonrío, porque a quien hoy me acompaña le has encendido en su pecho la luz que nunca se apaga, la que arderá muchos años por tu historia alimentada.
Mañana dejo tu suelo sin dejarte abandonada. Parto a surcar el Egeo con esa opresión callada del hoplita que sin miedo entona un pean de batalla sabiendo que ha de luchar y no rendirse ante nada.
En las rocas del Parnaso lo que de Delfos aguanta, sin oráculo ni phitia, sin respuestas para mi alma. Volví a beber en Castalia tratando de recordarla, y entre mis dedos su imagen como el agua se escapaba.
En esta noche de julio, preciosa noche estrellada, ya de vuelta en el hotel miro en silencio mi cama donde nunca más su risa llenará mis madrugadas.
Huyo con mi soledad hasta el bar de la terraza.
Que amargo sabe el frappé mezclándose en mi garganta con las lágrimas que dicen que se murió la esperanza.
Ayer regresé a sus calles con mi mochila y mis miedos. Desde Sintagma hasta Plaka cada piedra de este suelo le preguntó donde estabas a un pobre corazón griego.
Y en un callejón alegre, en aquel lugar eterno, compartiendo mi ilusión con lo único que tengo…
En butaca de ventana, mientras escribo estas letras estoy surcando los cielos y emborrono mi libreta. Pensativo entre las nubes contemplo mi silueta con tu boli entre mis labios añorando piruletas.
De recuerdos y de ausencias llevo la maleta llena; como siempre la he ordenado, - como en el hotel de Atenas - y entre el vaquero y más ropa tu camiseta de Hellas.
Puede que un día me olvide de Grecia o de ti, princesa, por la enfermedad del siglo que ni un recuerdo respeta. Que en algún cajón de sastre, tal vez después que me muera, alguien que me eche de menos vea que quise ser poeta, humedezca sus mejillas y entienda el viaje hasta Creta.
Como en un reloj de arena se va desgranando el tiempo que me separa paciente del reto que me he propuesto. Determinado a volver - aún herido de recuerdos - con el corazón de siempre dando la espalda al infierno, viajaré con tus promesas a las islas del Egeo para encontrar la salida de mi laberinto interno, y esta vez no habrá sirenas en el viaje de regreso.
Ya que no se han de cumplir, junto a aquel mar y aquel cielo las liberaré por mí y por mi futuro incierto. Que las recojan los dioses que un día nos protegieron. Que te las devuelvan todas y carga tú con su peso, que a mi barco están hundiendo anclado dentro del puerto.
Pigmalión parte de viaje como Jasón y Odiseo y otro griego volverá con el minotauro muerto.