En su río, de lava ardiente,
hundí mi espada de amor,
sintiendo que en su calor
la acogía complaciente.
La hoja así se templaba
como el acero en el agua,
y como haría en la fragua
con ella se fusionaba.
Ya para siempre quedaron,
espada y piedra en un ser,
y así el mundo contemplaron.
Pero hoy empiezo a temer,
que el hechizo que crearon
un día se vaya a romper.
Que la espada, ahora erguida,
muera en el lodo olvidada,
porque aquella piedra amada
vuelva a ser roca fundida.
Enero 2007
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