En esta extraña odisea, que me ha tocado vivir en el mar de tu desprecio sin Penélope en su fin, llegaré a un puerto tras otro sin poder echar raíz.
En este viaje a la nada -porque nadie espera allí- he visto y aún he de ver: cosas que me hablen de ti; Nausicas, Circes, Calipsos, esperando algo de mí.
En este barco guerrero un día de Troya partí tras inmolarse aquel sueño -el de querer ser feliz- ignorando a las sirenas sólo por sobrevivir.
En este navegar lento, buscando lo que perdí, se van secando en mis manos las caricias que no di y el salitre en estos labios que aún intentan sonreír.
Mitología o realidad los griegos siguen ahí, Ítaca en los corazones que nos tocó compartir y un corazón, aedo y ciego, derramando tinta añil.
Teniéndote ante mis ojos: fui Tántalo tanto tiempo, tanto que el alma dolía en la punta de mis dedos.
Como Sísifo rodé la roca de tu esperanza, para mantenerla viva cada vez que se agotaba.
Supe sufrir el castigo - cual Prometeo, cada tarde - de tenerte y de saber que el día volvería a robarte.
¿Que les hice yo a los dioses para que así me tratasen? ¿Por qué en el Tártaro estoy? - lo más profundo del Hades -.
Otro año entero, apagando la hoguera en que me olvidaste, hundiéndome cada noche y volviendo a levantarme, jurándome que mentiste - emponzoñando mi sangre -, recordando cada día que no podré recobrarte.
Para que aparezca Chronos, con su tiempo insobornable, con tus treinta y cuatro antorchas y a mi vida se las lance.
Con Cervero por sabueso Hefesto vuelve a buscarme y en los grilletes dorados que lacerarán mi carne ha grabado tus dos ojos, musa de los navegantes.
En un mundo como éste, falto de afecto y cariño, yo parezco estar ausente. Si algún corazón me quiere muestro mi amor con grilletes, y condenado a galeras sin futuro ni presente. Alzo el puente levadizo del gran foso que protege la profunda fortaleza que mi pasado contiene.
Cumplo cadena perpetua porque amé unos ojos verdes; por no arrepentirme de ello - lo juraré hasta mi muerte -, por no matar ese sueño que noche tras noche vuelve.
Soy reo y soy carcelero de un penal inexistente donde sólo el egoísmo a mi alma cautiva tiene.
Llueve una tarde de invierno y el mar atrae mis pasos. Aquí estuve tantas horas, a tu vacío abrazado, lejos del mundo real, mirando un punto lejano - Aquel que unía los azules: nuestro horizonte de antaño -.
Por capricho del destino el sol, antes de su ocaso, con luz hace colorines ante mis ojos cansados. Huele a lluvia y a salitre. Me acompaña Cristian Castro. Pienso en versos y sonrío al recordar que hace años a cucharadas mi risa un día te fue atropellando.
Ha caído mucha lluvia sobre el lienzo de aquel cuadro diluyendo la acuarela que pinté con éstas manos. Hoy el mar vuelve a atraerme donde tanto esperé en vano. Hoy todo aquí habla de ti, pero no te estoy llorando. Febrero 2009
¡Increíble!. Me diría, cualquier sensata cabeza amueblada de razones,
rebatiendo con teoremas, con fórmulas y tratados, las demencias de un poeta
que afirma: escribir en aire, o con su voz, sin fonemas, recitar lo que sus ojos, cerrados tras las cancelas de sus parpados sellados, roban a la inmensa hoguera que, crepitando ante él, todos sus recuerdos quema sin consumirlos jamás.