jueves, 1 de noviembre de 2007

SIN TI

Paseaban por la orilla, como muchas otras parejas, compartiendo sus sueños. Una inmensa luna llena reinaba en el cielo estival plagado de estrellas cubriendo con su manto plateado la superficie del mar con el que parecía querer fundirse.

Sus pies se dejaban acariciar por el suave ir y venir de las olas. Tenían la sensación de
encontrarse solos en un mundo idílico.

Avanzaban, pausadamente, con la mirada entregada a la contemplación de sus ojos. Las manos entrelazadas eran el puente que comunicaba sus cuerpos. Unidas en un contacto perfecto, firme y a la vez delicado, que les proporcionaba seguridad, relajación y la entrega propia de un par de enamorados.

Aquellas manos. Cuantas veces acariciaron su pelo, su cara, sus labios y su cuerpo entero. Nunca olvidaría esas manos, finas, elegantes, cuidadas, propias de una princesa.

- ¡¡ Próxima parada Manaos !! - La voz del conductor lo saco de sus pensamientos.
Jamás habría imaginado que él, un hombre sedentario y amante de la vida cotidiana, se
encontraría un día en el corazón de la selva amazónica.


Cuando Maite le comunicó que partía a un recóndito lugar del mundo, con el propósito de dedicar su vida a ayudar a los indígenas del Amazonas, sintió que la tierra se abría bajo sus pies. No sirvieron de nada las súplicas para que reconsiderase su decisión.

- Mi niño, solo serán un par de años – Le explicaba secando con sus manos el llanto que él no podía contener.- Necesito hacerlo para sentirme libre. Nuestra situación me tiene agobiada y solo será un tiempo – Fueron las ultimas palabras que ella pronunció ,antes de cruzar la puerta de acceso a la T-7 para embarcar en aquel enorme avión que la llevaría a miles de kilómetros de distancia. Y con ella su vida.

A pesar de su aparente indiferencia, ni un solo día pudo abrir los ojos sin que ella fuese su primer pensamiento. Y ya habían pasado dos años y medio.
Todo el tiempo de su ausencia, con la máxima discreción, se mantuvo informado de cómo se desarrollaba la actividad de cierta ONG en Brasil. Así pudo enterarse de los problemas de salud acaecidos a los miembros de la misma por una misteriosa y mortal enfermedad. Y también llegó a sus manos una carta de Maite Vergara, donde le pedía que se olvidase de ella y no esperase su vuelta.

Después de meditar, durante un par de días interminables, se decantó por una de las dos posibilidades que tenía ante sí. Ganó la opción del corazón a la lógica del sentido común. Enfrentarse al riesgo de contagio, y con ello de morir, pudo más que pensar en seguir vivo y no volver a verla. Todo ello contando con que ni siquiera podía saber si llegaría a tiempo de encontrarla.

Las tortuosas y embarradas calles le llevaron hasta la dirección que le indicaron en España. Se encontró ante un destartalado edificio, prácticamente una ruina, pero que en aquel lugar podía considerarse casi un lujo. Puertas y ventanas brillaban por su ausencia, la pobreza era evidente mirase donde mirase y lo que sus ojos encontraban a su paso no lo tranquilizo en absoluto. Eran personas, demacradas, sin expresión y que deambulaban por aquellas estancias como auténticos fantasmas. No se trataba de lugareños victimas de aquella epidemia. Aquellos eran los colaboradores altruistas que estaban dejando sus vidas por luchar contra las miserias del mundo. Esas miserias que le arrebataron un día el motor de su vida.

- ¿La señorita Vergara? -. Preguntó a una mujer que lo observaba desde el fondo de un cuartucho desvencijado y sin apenas mobiliario.
- Tercera puerta de la derecha -. Le respondió con un hilo de voz mientras levantaba uno de sus brazos, extremadamente delgados, indicándole el pasillo.

La tercera puerta no estaba a más de cinco o seis metros, y hasta allí llegó su pregunta. Su voz, que no paso desapercibida para alguien que trabajosamente se levantó de una rudimentaria cama. Para alguien que trató de peinarse con las manos y recomponerse un vestido completamente arrugado en un intento por sentirse atractiva en aquel trozo de infierno. Para alguien que apenas se mantenía en pie y tuvo que sujetarse con las dos manos al marco donde una vez pudo haber una puerta.

En el pasillo, unos ojos brillantes dejaron escapar una lágrima que, tras resbalar por la mejilla, fue a estrellarse contra el suelo de cemento.

No necesitó más prueba que aquella. Aunque la enfermedad había consumido la tersura de la juventud, aquellas manos seguían conservando el porte de princesa y la delicadeza que tanto lo enamoraba. No le importo, ni quiso pensar en nada más. Detrás de esas manos él sabía quien lo esperaba. No regresaría vivo si no era con ella

En el silencio de aquel patético lugar, apartado del mundo que a el le daba seguridad. Nadie pudo escuchar las palabras que sus labios deseaban pronunciar. Palabras que unos
dedos temblorosos escribían sobre la piel de su rostro con regueros de tinta incolora y salada. Palabras que retumbaban una y otra vez en sus corazones agitados mientras sus manos se unían de nuevo. - ¡¡ No puedo vivir sin ti !! . ¡¡ No quiero vivir sin ti !!.


Marzo 2007

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